10 de mayo de 2010

Pluma invitada


SOPA LITERARIA*

Por: Yannina Romero


El director de la primaria le dice a mi madre

que leo demasiado y que me racione los libros; ese día

empiezo a saber que el mundo está lleno de idiotas.

-Julio Cortázar-


A pesar de mi necesidad impulsiva y compulsiva de comprar libros, los escritores que habitan mi librero son pocos. En el mundo se publican dos libros por cada minuto; eso indica que ni acabando una obra en sesenta segundos -¡qué imposible lo encuentro!- podría leerlos todos; pues el universo literario se habría duplicado para entonces. Debo decir que eso de conseguir una “biblioteca personal” cuesta trabajo. Dicen que leer mejora redacción y ortografía, que amplía nuestro bagaje cultural, que nos vuelve más analíticos y nos hace cultos. La verdad es que leer no sirve para nada de eso. Sólo que leyendo se comprende mejor el mundo –o se ve más divertido–. Un libro te cambia la vida, te hace más sencillo el escuchar a las personas y sobre todo, te hace comprender que tu verdad no es la única verdad absoluta. Leyendo se comprende mejor el significado de Tolerancia y Filantropía.

Por otra parte, leer se ha vuelto un verbo olvidado en este globo. En ocasiones siento que se lee un poquito más, pero entonces las estadísticas llegan a decirme lo contrario. ¿Cuáles pueden ser las causas de que una persona sienta apatía, cuando no repulsión, ante un cúmulo de páginas que podrían provocarme un silencio? Las causas pueden ser muchas, dependiendo de la perspectiva con que se aborde el problema. Pero tengo mi versión de los hechos (que no tiene que ser la misma para todos). El epicentro del problema, que mencionaré a continuación, manifiesta secuelas oscilatorias en la sociedad y trepidatorias en cada individuo. ¡Así es… nuestra alectura es como un terremoto devastador!

Pues bien, ¿Cuál es el lugar en que la mayoría de los niños tienen su primer contacto con un libro? La respuesta es: la escuela. Si la observamos como epicentro, entonces es más fácil comprender los efectos que devienen de un sistema educativo ajeno a esta aventura literaria. En las escuelas la literatura se imparte a través de la memorización cronológica de autores y obras, que el niño olvida con los años. Los alumnos leen a través de un método antipedagógico y antiliterario: entregar un resumen del libro en cuestión, que generalmente es un ilegibro (Libro ilegible / neologismo de José Emilio Pacheco), acompañado de un breve comentario personal, para el siguiente jueves. La realidad es que en ocasiones ni siquiera se toca el libro, y el acceso a internet en busca de resúmenes ya hechos se intensifica entre los alumnos, a manera de trueque literario: como si se tratara de estampitas.

Sin embargo, la consecuencia más triste es que el niño, muy lejos de sentirse atraído hacia la lectura, siente un gran deseo de no volver a abrir un libro por su cuenta. Entonces, lo que podría ser una experiencia enriquecedora y divertida, se convierte en una tortura con la que el profesor amenaza cada semestre. Leer un libro se vuelve como la sopa de fideos para Mafalda.

Este método de enseñanza –y no tanto los medios de comunicación– es lo que realmente está acabando con la lectura. Si bien es cierto que los medios han acaparado los momentos de distracción y descanso de las personas, en ellos no radica el verdadero problema, sino en la educación; que si bien se inicia en casa, se refuerza en las escuelas. Porque también el que lee tiene a su alcance una televisión; porque aún hay quien, al regresar de la escuela o del trabajo, prefiere tomar un trago de Bukowski o de Gelman; porque no se ha entendido que el cine no es sustituto de la obra literaria; porque tenemos como enemigo a la editorial que publica páginas que atentan contra el intelecto de las personas; porque desde niños se nos enseña furtivamente que los libros son aburridos y no concluimos sus páginas; porque no nos permitimos lamerles la espalda.

Quizá de esto deberían hablarnos desde pequeños. Convencernos de que el lenguaje es personaje en sí mismo. Hacernos saber que un hombre leyendo en un kiosco no es un espectáculo ridículo. ¿No es más ridículo pensar que nuestra verdad es la única verdad absoluta? Entonces, por qué apresurar un libro de acuerdo al calendario escolar; porqué ingerir lo que no nos gusta; por qué leer lo que el maestro indica y hasta donde el maestro quiere; por qué no darle aire a la Literatura dentro de las aulas. Tal vez así se reducirían los bostezos en clases. Los dueños del gis (ahora plumón de mal olor) y cada uno de nosotros podríamos colaborar con este movimiento del “libro libre”. Lograr una sociedad que sienta que detrás de un libro hay vida. Comer sus páginas, saborear sus letras e ingerir sus personajes hasta hacerlos de uno mismo. Después hacerlo nuestro pan de cada día.


aima_rota@hotmail.com

* Publicado en Síntesis de Hidalgo, agosto 2004.

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo en lo que menciona la pluma invitada de la semana; considero que leer, directamente, un libro se ha vuelto apático para las nuevas generaciones, sin embargo; es cierto que leemos en grandes cantidades,información de diversa índole, sobre todo en la red; pero esa información sólo pasa a ser parte de la sociedad de la información que formamos sin convertirse conocimiento verdadero.

    ResponderEliminar
  2. Muchas gracias por la aportación Yannina, es de suma importancia lo que comentas, ahora los padres tenemos en nuestras manos la responsabilidad de hacer que nuestros hijos descubran las maravillas y la magia que tiene la lectura pero desde pequeñitos, desafortunadamente muchos profesores siguen imponiendo la lectura como una obligación, al respecto me permito recomendarles a mis colegas que es de suma importancia dejar que los estudiantes elijan a sus propios autores y exhorten a argumentar su elección.

    ResponderEliminar