14 de abril de 2010

Pluma invitada


La experiencia excesiva

Por: Aldo Viggiano Austria

El poeta, pintor, grabador y místico inglés, William Blake (1757-1827), lanzó esta máxima al aire “el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría”. Entenderla parece ubicarnos en una postura un tanto dionisiaca (de placer desenfrenado, de hedonismo libertino), pero desde un punto de vista pragmático puede ser comprensible desde un enfoque más razonable si contextualizamos: el exceso no conoce precaución, se desplaza con actitud temeraria, sin meditación, sin prudencia, con frenesí; se nos ha dicho que todo en exceso es malo, pero sabemos que puede aprenderse más de las experiencias malas que de las buenas, desde la farra en exceso, hasta la comida y el amor.

Lo que atrae de los excesos es que parecen llevar a un grado absoluto, como el exceso de amor, que llega a situarte ante dimensión paralela a la que llevan las masas. El exceso es para el hombre valiente, el exceso es para aquellos que quieren como dijo Baudelaire: tocar de golpe el paraíso. Los riesgos que conlleva tocar de golpe el paraíso es que todo lo que sube tiene que bajar y estando ahí abajo después de haber caído cuando en esa oscuridad buscamos luz con empeño extraordinario. El espíritu dionisiaco rebela según Nietzsche: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. Existe profundidad en el exceso y también consecuencias.

Para alcanzar el exceso absoluto existen diversos caminos: las mujeres, el amor, los estimulantes, entre otros. Algunos de estos caminos se presentan según Peter Sloterdijk “como un modo de suplir la ausencia de experiencias existenciales genuinas y gratificantes”. El exceso ayuda a evadirse temporalmente pero también puede aflojar tejidos sensibles en el alma humana, hasta que la percepción aún sesgada por lo absoluto no puede dejar pasar por alto los asuntos pendientes.

A la adicción de buscar mediante excesos aquello que parece absoluto, pleno en cuanto a sí, Sloterdijk, en su libro Extrañamiento del mundo, presenta esta adicción como “una dialéctica de huida y búsqueda de un mundo, especialmente en tiempos en que los individuos se sienten enfermos y extraños”, medicinas de confusión para la confusión.

Supongo que existe cierto tono sublime en la confusión, porque el que se sabe confundido y busca claridad apresura el descubrimiento de nuevas fuerzas que lo ayuden a clarificar la vida.

Lo que no te mata te fortalece, podríamos decirlo citando a Nietzsche de nuevo y es precisamente que llegando al límite, buscando el exceso que el camino del placer excesivo puede llevar a que nuestro Dionisio interior abra puertas en nosotros, es por eso que existen aquellos que buscan llegar al borde, rozar la muerte y el sin sentido porque al final, si la muerte se libra se puede crecer y se es más fuerte.

2 comentarios:

  1. Me parece muy adecuado este escrito ahora que vivimos en una época de "Híperrealidad"(Lipovetsky), ya que todo lo vemso en excesos, el comer, el vestir exageradamente, el vivir como sino hubier consecuencias, al grado que olviamos que somos finitos y no poseemos mayor riqueza que nuestra vida plena,pero plena en tiempo y forma, no en jactanciones que ostigan y prejudican. Como comunicadores tenemos como propósito incentivar esto, el informar que no son buenso los excesos y que lo mejor es vivir la realidad cómodamente,sin exagerar. Gracias

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  2. Atractivo pero creo que sobre explotas el efecto purgante de la catarsis luego de una experiencia límite, análoga en drogas y arte por ejemplo. Recordando una noción más clásica del término medio como la aristotélica, cabría la objeción de que ella, la medianía, es de hecho un modo de extremo. Girard incluso afirma que la simpatía dionisiaca de Nietzsche no sólo le hace caer en un espiral del que jamás sale, sino que constituye una elección que paradójicamente le impide luego elegir cualquier otra cosa. Por eso, según Girard, para la última etapa de su vida, ya no dice que haya que escoger entre Dionisio y el Crucificado, al contrario, firma como Dionisio o el Crucificado. Eso sí, me gustó el texto, bien ahí.

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